hello? hello!

Ayer, fuì a la biblioteca. Entre un montón de libros de Paul Theroux y Calvino, decidí llevarme Diary. A Novel, de Chuck Palahniuk. Para que se enteren, Palahniuk es uno de mis autores favoritos, y mi obvia y máxima referencia en mi novela. Cuando abrí el libro, encontré esto:


Un trozo de sección amarilla, con un HOLA… garabateado, flotando sobre tres monitos y un perro infantiloides y zoófilos. Me hace las veces de marca páginas y compañía. Okey, lo que me importa es lo que ahora significa para mí.

En estos días, no solo me he sentido aterrado y presionado y sofocado por la puta arritmia cardiaca que padezco. Me he sentido armado. Así, como si fuese un rompecabezas desperdigado sobre la mesa de una modernísima familia primermundista. Como si cada una de mis emociones, mis deseos, mis rabias, todo yo fuese un cúmulo de piezas desarticuladas.

Ya deben saberlo, pero este último año ha sido, francamente, una mierda. Vivir en el intermedio lastima mucho. Vivir despojado de los sueños y las cosas a las que te aferras para no caer en tus personalísimos abismos también duele. Convertirte lentamente en el prospecto de todas las cosas que odias y nunca has querido ser, de todas las cosas que anhelas apartar de ti mismo para refugiarse en el resto de mediocres que pululan sobre la tierra con su pelusa en los ombligos… Eso, carajo, es peor que morir. Morir es un acto de valor. Vivir es peligroso. Vivir en el intermedio es un asco.

Si leen mis últimos posts (háganlo, es gratis y bajo en grasa), cualquiera se dará cuenta de que mi existencia se articula pausadamente. Las cosas que quiero se escurren a cuentagotas sobre mi despeinada y setentera cabeza. Pasado este infame año sabático, mi novela, la carrera, mi vida emocional, Dave, todo empieza a regresar bajo mi control, casi como si no se hubiese ido.

Y hoy me siento armado, creado, construido. Así. En estos días, de una u otra manera, las cosas que amo, mis nuevas y mejoradas expectativas, ese talento mastodóntico del que se me presume, se ponen en su lugar. Las piezas van encajando muy, muy suavemente, sin hacer ruido, pero yo las escucho, con un estruendo que me despierta para llenar de sangre los zapatos, tiras mis audífonos a una sopa vegetariana o correr bajo el segundo puto diluvio universal para rescatar pedacitos de mi futuro. Las veo caer en forma de miradas, con el disfraz de mi espejo, como un abrazo tibio, como un desafío, como un callejón oscuro, entre las cuerdas sucias de mi violín, en una colección de fotos imposibles que siempre soñé. De repente el cuarto de espera ya no es tan insoportable.

No creo en las señales, en el espiritismo, en la suerte. No tengo amuletos, no tengo oraciones, no hago rituales. Pero ese HOLA en tinta negra sobre los teléfonos de la Valladares debe significar algo, creo. En las coincidencias sí creo, y si cada efímero acto de cada segundo puede definirse en un HOLA, entonces puede significar algo. Tal vez me dice que, si, ahora puedo ser un puzzle a medio construir, que las piezas ya están frente a mis ojos, y solo deben encontrar su sitio para siempre, su descanso eterno de cartón y pegamento. Tal vez me dice que, un año después, mi vida sale del stand by, y, bien o mal, entre la mierda o la fortuna, ya puedo seguir adelante. Tal vez me dice que me espera algo más hermoso y simple, un montón de epifanías para descifrarse. Tal vez me da la bienvenida de regresa, me insufla dopamina, me obliga a pegar un salto a ese vacío donde he dejado caer tanto, para que la luz y el polvo y los demás no puedan dañarlo. Tal vez solo sea el puñetero dibujo de un puñetero gilipollas escaso de imaginación que se lo dejó en un libro sofisticado. Puede ser muchas cosas, pero una coincidencia no.

Hoy, descubrí que hay una distancia minúscula entre las emociones que tengo y las que creo tener. Esas que se hacen intensas y me queman, y esas que me obligo a creer, placebos para almas descarriadas incapaces de sentir un poco más. Hoy descubrí que puedo ser diferente, sin tener que renunciar a lo que creo y lo que amo y lo que defiendo. Hoy descubrí que no quiero ser feliz, sino estar bien, sentirme tranquilo, sentirme acompañado. Hoy descubrí que, cuando he dicho que las personas son únicas, irremplazables y especiales de caleidoscópicas maneras, yo soy el primero en no creerlo: he pasado mi vida no reemplazando personas, sino emociones. Las personas son el envase de las emociones. Hoy alguien me dijo que parezco un vampiro de Anne Rice. Que necesito aferrarme a lo que más deseo. No me aferro a nadie, me aferro a lo que siento, a lo que extraño sentir. Y necesito humanos que ocupen esos huecos en la página. Hoy me sentí bien. Me sentí casi feliz, de verdad. Fue esa vieja sensación de compañía. De calor. De estar. De que puedo ser más que el badass que cita a Platón y Tigresa del Oriente para tener carácter. Hoy sentí que puedo empezar otra vez, y sacudirme tanta mierda que he paleado sobre mí mismo. Hoy sentí que vale la pena arriesgarme, y pasarme por los cojones la atómica estructura de los planes para mañana. Hoy sentí que soy capaz de hablar con mi propia voz, no la de mi trabajo, no la de mis letras, sino la mía; que pedo ser yo, Yess, de verdad, sin remordimientos porque no lo hice bien, porque soy un mal ensayo de mi persona. Hoy alguien me besó, y fue distinto, pragmático. Oportuno, genial, frutal. No me aferro a ti, no me aferro a un beso, solo tal vez me aferro al hecho de que quiero que sea real. No necesito eso que dicen amor, y nada de esa cala. Solo necesito saber que puedo hacer algo real. Que no solo soy un puzle empolvado sobre la mesa.

Ayer tuve mi epifanía, mi vulgar epifanía en la página de un directorio escondida en la dedicatoria a un abuelo y una orgía bestial. Con un HOLA sonriente que si me creo. Ayer fue mi primera sesión de fotos con modelos. Lecciones express de violín para Etzalli, disertaciones musicales con Choco, sangre de glicerina y mermelada. Ayer no era feliz. Era yo, haciendo lo que amo. Haciendo exactamente lo que siempre debí hacer.

Hoy tampoco soy feliz, pero ya no quedan tantas piezas en el mantel. Hoy quiero decir HOLA… Pero no quiero follarme un perro. Hoy puedo decirme, con cara de Juno McGuff:
“Hola, Yess. Soy Yess y te jodes.”

21st century love.

Fajardo (cuasi lingüístico follamigo, a veces ruin, a veces bello, mi chévere ejemplo a seguir) y Yess, en el messenger de su servidor:

Fajardo: "tu nombre es lo de menos... Yo te quiero aun sin él."
Yess: "ummm... ¿ahora me amas?"
Fajardo: "aja, no. Te quiero."
Yess: "ah, cerdo, no me amas."
Fajardo: "¿dije lo contrario en algún momento? O hice algo que así lo hiciera notar..."
Yess: "entonces, si me amas."
Fajardo: "¿si?"
Yess: "¿...si?"
Fajardo: "¿tú crees?"
Yess: "no sé, yo me voy a hacer la muy difícil."
Fajardo: "jaja, te quiero. Y me das miedo."
Yess: "bazzinga."
Fajardo: "¿eso basta?"
Yess: "pff, es la base de todos los matrimonios."
Fajardo: "creí que eran olores terribles y dolor de cabeza. Y en algunos caso sexo de compromiso."
Yess: "¿los matrimonios? Neh. Eso es cuando llegan los hijos."
Fajardo: "okey, ¿y no tendremos hijos? Ahora que ya todos pueden adoptar..."
Yess: "¡ah, si! ¡Adoptemos uno! Solo por chingar a las buenas conciencias."
Fajardo: "¿existe otro motivo?"
Yess: "por angustia, por posers, por eso del amor paternal, por querer darle a un niño lo que yo nunca tuviste, por enseñarle a una persona chiquita que las personas son personas..."
Fajardo: "¡...pedofilia!"

(pausa)

Fajardo: "okey, no."
Yess: "deberíamos besarnos para romper la tensión."

Viva la juventud.
Así se liga en el defe, el Melrose Place post-Raul Velasco. Sobrios.

oh, yes, there will be blood.


Estoy en la tercera etapa de admisión para el CCC. Oh, sí, yo tampoco me lo creo. Básicamente porque si yo fuera quien califica los exámenes, se lo devolvía por culo al badass que afirma que Marlene Dietrich trabajó en films de Bergman, y que no pudo recordar que The Trial de Kafka y The Process de Kafka es lo mismo pero no esa igual. La pinche plenitud del poder, léase. (Si, saberlo es muy, muy nerd.)

Anyway, aquel que tuvo la fortuna de calificar mis ingeniosos y puntiagudos comentarios sobre la plástica y retórica en el cine noir, ¡bang!, fue generoso y me dio chance de pasar a la tercera etapa. Y, repito, no me lo esperaba, carajo. Tal vez sigo aterrado por mi experiencia con el CUEC, y como mis sueños fueron pisoteados cual dignidad de una prostituta libanesa, pero me siento irritablemente feliz, tántricamente orgulloso e histéricamente salvado por superar ese segundo cuestionario
(mención aparte a Eddy por ignorar mis angustiados sms a mitad de la prueba, jaja).

Sé que no tengo nada que demostrarle a nadie, excepto a mí mismo. Claro que si puedo defecarme en la suficiencia de algunos en el camino, very good. El problema es que soy el Rachel Berry de los yonkies somáticamente frustrados y opresivos. Supongo que si Dave fuera niña, también se vestiría como niña-abuela y sería una golfa no reconocida. La diferencia radica en que Rachel es todo entusiasmo y garabatos, y yo soy un cerdo pesimista que necesita chupar su propia sangre para sobrevivir.

Así que puedo suponer que si, correrá sangre. Estoy demasiado, muy, MUY cerca de alcanzar mi nueva meta. Y lo dicho, correrá sangre. Ni yo puedo saber de lo que soy capaz con tal de conseguirlo. Pero now mismo estoy tan aferrado y famélico que empieza a importarme un pepino mi seguridad o la de los demás. No es que me merezca algo. Siempre he creído que yo no merezco nada, que mi trabajo si. Pero antes tengo que hacerlo flotar entre los cunts running the world, ¿no?

Por cierto, después de un finde chutándome todos los capítulos de Glee, llegué a variopintas conclusiones:

1) Kurt Hammel me da miedo. Me pone bastante, pero me da miedo.

2) Kristin Chenoweth es deliciosa e inalcanzable: mejor Summer Finn que Summer Finn. Y es soprano, y alcohólica, lo cual mola.

3) A los estudiantes del McKinley High School les hace falta coger. Coger de verdad.

4) Ohio es la tierra de los fracasados y los broken dreams. Y el 80% de la población cubre el apestoso hueco de sus mediocrísimas existencias de las cuales, oh, no, nadie podrá escapar, viendo televisión. Mucha, MUCHÍSIMA televisión.

5) Ver Ghost Whisperer te hace engordar.

6) La hermana de Terri Schuester es la persona más sensual de esta y otras doce galaxias.

7) Sonreír como Jonathan Groff cura el cáncer. Pero no en los habitantes de Ohio, condenados a la extinción y a la ruina eterna.

8) Mi nueva fantasía erótica incluye a Zooey Deschanel y Jayma Mays haciéndose ojitos en slow motion durante un limbo onírico a lo Inception.

9) Cory Monteith es más sexy de lo que pensaba.

10) Ver coros de fracasados covereando a The All American Rejects y Bon Jovi me hace llorar. Neto.

11) Lo mismo aplica si Idina Menzel canta Po-po-po-poker Face.

12) Las bibliotecarias son los seres racionales más idiotas que la madre naturaleza haya puesto en la tierra.

13) David Burtka: te odio. TE ODIO con todas mis cojonudas fuerzas.

14) Las rubias embarazadas hablan a susurros. Y solo las cantantes negras de R&B entienden sus ritos de apareamiento.

15) En Ohio todas las amas de casa cuarentonas son ninfómanas. Y como son de Ohio, son fracasadas. Al igual que los empleados de tiendas de artículos de baño. Ah, y Josh Groban es necrófilo o algo así.

16) Bruce Springsteen ya no me flipa tanto.

17) Los mediorientales americanizados ya no son chéveres.

18) Ser de Ohio te hace automáticamente pobre. A menos que seas una cheerio. O esclavo de Vocal Adrenaline.

19) El pelo de Matthew Morrison parece unos tacos al pastor.

20) Sue Sylvester es la mejor fucking villana de todos los tiempos. Hosanna a Jane Lynch.

...Y tantas otras que me da paja y frío escribir ahora. Ahora estoy en la pinche plenitud del poder.

Show's over, motherfuckers.

(arriba) un scannography de Katerina Jebb.

escribiendo...

Sí, estoy escribiendo. Escribiendo de verdad. Escribiendo mí novela. Púdranse de envidia, escritores bloqueados del orbe.

Ni mis luces en este H. blog porque, primero, me he mudado a un sofisticado y apartado pueblo en medio de la nada, al cual solo le falta una canción de Tom Waits y un puto cardo rodante para ser
oficialmente aburrido. No hay mujeres, no hay chicos, y (mierda) NO HAY INTERNET. Ergo, no tuiteo, no feisbuqueo y desde luego no posteo.Así que ocupo mis raticos de ocio en leer el montón de libros que dejé en el estante (y no debí hacerlo nada mal, terminé diez en una semana, aunque la mitad fueron una cutrada. Gracias Gemma Malley por hacer popis con un genial argumento). Tuve tiempo para hacerme double features con todas las películas que no había terminado de ver, me habían aburrido, o bien estaba demasiado empastillado para entender un pico de los subtítulos en esperanto. Flipé con Being John Malkovich. Repetí Reservoir Dogs como catorce veces el mismo día, hasta que perdí las ganas de hacerle el amor a Steve Buscemi.

¡Y, carajo,
comencé mi novela!

La había iniciado en abril del año pasado, en una pintoresca casa de campo en Hidalgo donde aún no me explico como terminé bebiendo whisky (puaj) y durmiendo entre plumas de ganso: era una simplona una historia creepy a la que daba vueltas desde hace meses. Y, okey, lo que escribí entonces fue una mierda. Sabía que la historia tenía un potencial y una pasión que me guardo para tramas realmente cojonudas, decidí almacenarla en los sucios rincones de mi memoria. Y durante catorce meses, en vez de que mi mafufada Saramago-meets-Palahniuk-meets-Kundera se empolvase junto a los storyboards de porno gore, la hice macerar y crecer bajo mi materia gris. Prácticamente escribí en mi cabeza, y como las páginas en blanco que tejen mis neuronas son mas fáciles de quemar, desarrollé un pánico insoportable a las páginas en blanco que puedo tocar y teclear.

Y hace tres semanas, por fin, quemé las páginas de mi cabeza y comencé con las reales. Esa debe ser la razón mas vívida para pasarme por los cojones mis redes sociales en estos días. Necesito escribir aún mas que respirar o quejarme. Necesitaba abstraerme con todos los sentidos para mi historia. Los escritores no hacen la historia, sirven a la historia. Y esta en particular exige mucho de mí. Supongo que es el mismo sufrimiento de siempre con un distinto nombre. Como masoquismo en nombre del Arte, o algo así.

Pero vaya, estoy escribiendo de verdad, como no lo hago desde hace tanto. Y esto también debe ser una nueva clase de placer...

"La mañana del fin del mundo, diez dedos en un par de pies se detienen sobre la acera húmeda. Entrechocan, dudan, se hielan. Los pies pertenecen a un cuerpo, todo glándulas, tejidos, glóbulos, monóxido, glucosa y vísceras. El cuerpo se estremece, castañea como un copo de nieve. El cuerpo pertenece a un médico, cédula profesional renovada, especialista en cardiología, jefe del área de cirugía en el hospital central. La mañana del fin del mundo, el médico se hace añicos con el viento..."
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Me la chupas, Dave.