...goes to the musicals!


Soy Yess... y soy adicto a los musicales.

Ya, neta. No creo que exista cosa mas genial que ir por la vida gris y adecuada, con monosílabos en la boca y mascara de huelemierdas conformes y, de un segundo a otro, soltar las canas, el encaje fluorescente y el talantón que todos llevamos dentro, brincar a un auto cual elástico cervatillo y corear frases llegadoras tipo
take a chance on me o “my mother made my tits out of clay!”. propagando el canto por las calles peor que la influenza chilanga.

Ignoremos mis tendencias transgenérico/morfológicas al caos y el estrepito; la influencia de la tele de paga 24/7 y su mala educación; años de esnifar el choco krispis que se cae al suelo y las lobotomias practicadas con espinas de pescado y crayolas en mi tierna infancia. Si tengo un gusto culpable, alarmante, y propio de tratamiento Ludovico son los musicales: los estrambóticos, los gays, los sobrios, los mamones, los kitsch, los freaks, los travestidos, los estúpidos, los gooore, los dramáticos, los ingenuos. Soy como la
Loba de Shakira (sin tacones de aguja magnética, che), y mis hombres son flamantes producciones de a peso o a millón.

Hoy vi por tercera vez
Jesus Christ Superstar. Visité por enésima ocasión Repo! The Genetic Opera, empecé a bajar una versión porno-folk de Alice in Wonderland, y le di cinco vueltas al disco de Hedwig and the Angry Inch. En la ducha tarareé una tonadita de Fred Astaire, en el café donde comí con Susan reprimí mi vejiga a ritmo de Sweet Transvestite, y el iTunes me mira feo cada que repito Zydrate Anatomy hacia el paroxismo. Si, tengo un problema. Si, es el trastorno mas gay e inadaptado conocido.

¿Saben por qué todos odian los musicales? Porque, como diría el maestro Alvaro Cueva en una crítica a
Glee, “propone volver a la alegría, al entusiasmo, a las cosas simples que nos hacían felices cuando éramos niños aunque nadie esté de acuerdo, aunque se vean ridículas, aunque aparentemente no funcionen”. Okey, tal vez no aplique en, digamos... Repo!, o la antes mencionada Alicia en Calzones (gorjear un aria mientras te descuartizan o te follan duro no tiene nada de Montesori), pero lo cierto es que, salvo excepciones, un musical recupera eso, la energía y la buena vibra que los seres humanos hemos estigmatizado como algo roñoso y pragmático, ajeno a nosotros. Como si de pronto la espontaneidad y liberación de bailotear lo que te plazca fuese propiedad ajena. Como si ensoñarte en una realidad desenfadada, ligera, saturada de tap y coreografías imposibles fuera impropio en tiempos donde lo inmediato y apresurado, de lo ex aequo et bono.

“In a musical, nothing dreadful ever happens”,
dice una Björk imponente en Dancer in the Dark.
Y todos deberían decir amén.


pd.01: Y si, solo eso quiero decir. Hoy estuve entre histérico y meditabundo. Que día raro... Si no sabes de donde salió la foto de (arriba), no has vivido.

1 comentarios:

limbonite dijo...

No soy un fan-fan de los musicales, pero despues de leer esto, tengo ganas de ver uno. Queria ver El Fantasma de la Opera aqui en Dallas, pero mi amiga va ir con su novio :(. Me acuerdo lo fantastico que era tocar esas series cromaticas del Fantasma en mi saxofon cuando la tocamos en la sinfonica. Y si cuenta de algo, The Nightmare Before Christmas es mi pelicula favorita...y es un musical...al menos asi lo creo.

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