jingle bells

martes 22, pachanga en casa de Susan. Bueno, casi: la damita va para monja (la hermana Discreción ha acampado en su patio por meses), y no hubo alcoholes en toda regla. Ademas, teníamos menores de edad (neta, neta). Como sea, fue genial: la gente bonita de la clase se juntó para echar mierda sobre Miranda, burlarnos de los SMS en el móvil de los demás, discutir en rededor del sinsentido del tetrapak y echar un gajo de desmadre antes de la ampulosa sobriedad de las fiestas familiares.

Susan y yo pasamos al Gual-Mar. A los descarriados que no han asistido a su tienda de confianza, sepan que es como entrar a la fabrica de Willy Wonka en un ataque bacteriológico. Nunca creí que el cliche de las compras-orgias decembrinas fuera cierto, y no quiero ser el desgraciado conserje que haga el recuento de los daños. Compramos hojaldras, mucho atún, dos discos chafas de Bach en 38 pesos, y demás curiosidades. Gorditas cínicas y varias filas de 20 artículos después, me hice con dos Speed Stick que me hacían falta. En serio, druguitos: no saben lo que es vivir con Teen Spirit para dama por una semana.

Acto seguido, robe sabritas en una tienda, envolvi pianos de juguete, destroce una digna decoración de guirnaldas, me bebi una Tecate a escondidas. Elena nos obligó a tocar un par de conciertos. Mi afinación, en el trasero de Satanas. Y vean esto:


Somos taaan divinos que nuestro enclenque arbolito fue... un cello. Yeah.
Lo que alguien con imaginación puede hacer con poco presupuesto (si no reconoces la frase, sal del blog inmediatamente).

Después, cita a las maquinitas. Desde los trece años, no ponía pie en un (pudico) local de pecado. Era un gusto culpable que me daba con mis amigos de secundaria, cuando el dinero sobraba, los morreos escaseaban y no teníamos nada que sufrir sino una mala nota o una golpiza en el receso. Me senti muy infantil repasando los premios en el mostrador, dedicando miradas emotivas a los cocodrilos panzones, lamentándome por enésima no aprender a bailar frente a la pantallita. Después, el hockey de mesa, única cualidad deportiva de la cual puedo enaltecerme. Por primera vez desde los siete años, fui masacrado, madreado, hecho cala. Bueno, paso al jamas ex novio de Sue, militar taciturno cual Taylor Lautner con sabor mexicano... ¿pero las chicas, eh? No, no, no soy misógino: las chicas son pésimas en el hockey de mesa (lo dice el polisexual condescendiente).

Tras el chutazo contra vuestro servidor, le tocó a mi violín:
fuck off, and die. Creo que mi alma se puso a gimotear cuando lo escuche reverberar sobre el mosaico. Apenas unos rasguños, pero su sonido... bueno, ahora sueno a Vanessa Mae borracha y malcogida. Y es que no sere el mejor violinista de America, pero le tengo un enorme cariño. Hasta que Miranda regrese de Italia, soy una papa sin catsup.

Anyway, hoy no estuve de humor para ponerme formal. La cena familiar, bien, pasable. Comimos pescado, y no me aburrí tan mortalmente como siempre, quiza porque la selección musical quedo a mi cargo. Entre las joyitas:


La expresión de mi adormilado padre con las primeras notas no tiene precio.

p.d: debí decir “merri crismaz!!” desde hace rato... pero olvide que soy un ateo divertido. So...
merri crismaz atrasada!!

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